Stoner




 Título: Stoner

Autor: John Williams

Año: 1965

Traducción: Carlos Gardini en el 2016.

Editorial: Fiordo

Precio julio 2020 $ 880.00


Manual para extraer placer de la tristeza.

John Williams nos entrega la novela perfecta. La vida de un granjero al que sus padres deciden mandar a estudiar Agronomía a la universidad pública. Pero el muchacho, quizá harto de desgranar terrones secos, de ver a sus padres deslomarse al comando de hoces y horquillas, se enamora de la literatura y cambia de carrera.

Y Puff.

Es una simple historia del siglo XX —marcada por las dos guerras mundiales— que te muele los huesos con una caricia. A ver, me explico. No hay ni un solo grito, los personajes navegan en el océano del No tiene importancia. Nada se desmadra, nadie pisa el pasto, nadie se merece una multa de la caminera de Córdoba. Jamás el fondo se rebela ante la forma. Sobrevolamos la novela con la esperanza —a veces, certeza— de que, en la próxima situación, la vida comienza a cambiar, a darle un respiro a los personajes, a subir —aunque sea a una loma de burro—. Empujamos, con los nudillos blancos de tanto apretar las hojas —la tablet, el e-reader— a Stoner a que despeine de una vez por todas, a que meta una piña en el pecho. Que deje de ser piedra puritana decimonónica y que ingrese al siglo XX que conocimos. ¿Pero hay piñas al destino, al irremediable desandar de vidas marcadas por el qué dirán? Los personajes conviven como imanes que se chocan. Uno de ellos se aísla tanto que empieza a nombrarse —y a nombrar a los demás— en tercera persona, como el Diego, sí. Pero ese rechazo constituye, a su vez, el equilibrio de una sociedad pacata que se acartona como cuello de camisa de época. Y Stoner va, quemando su vida sin fuego, sin temperaturas. Caminando sin hacer ruido hacia la pensión de la única manera de sobrellevar sus hombros caídos —no espoliaré—. Y John Williams viene a decirnos —55 años atrás— que una buena historia no se explica, se muestra. Y aunque esta se muestre con sólo una paleta de colores —digamos los cálidos—, es él —el autor— quien nos pega la piña que buscamos cuando emprendemos la aventura interminable de la lectura de un manual para extraer placer de la tristeza.

 


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