Séptimo piso

 


Séptimo piso

—No puede ser, Pepa, ¡es Jesús!

—Ya viste, Juan.

Jesús llora. Tiene el labio caído y, en un costado, una herida que sangra. Atado con alambre a un poste de teléfono o de video cable intenta cubrirse de los cascotes y escupitajos que le tiran algunos vecinos. Un cusquito blanco garronea su pierna izquierda.

El camarógrafo traslada la acción a mitad de la cuadra: una Fiorino blanca y destartalada se incendia. La Virgen María excedida en kilos y tintura insulta a otra tanda de vecinos e intenta sacar el matafuego del vehículo. No puede, la camioneta explota.

El cronista se excita, chilla. Pregunta al camarógrafo si se encuentra bien, si está herido. Respira hondo y grita para la teleaudiencia:

—¡Por Díos, Manuel! ¿Viste eso?

Pepa deja el tenedor a un costado del plato y, con ambas manos, lleva un vaso a la boca. Recrimina a su marido por una pastilla violeta o verde. Juan sigue absorto en la televisión. Letras amarillas abarcan toda la pantalla: Lomas de Zamora, Vía Crucis Violento. Cambia la placa, sigue el fondo rojo: Golpean y asaltan a una anciana. Semana Santa de sangre.

La cámara se mueve hacia la puerta de hierro de una casa con rejas. Una señora de la edad de Pepa declara, entre sollozos, que Jesús le pegó, que María la amenazó con un Tramontina y que, gracias a Judas, su perro, atrajeron la atención de los vecinos.

—¡Usar a Dios, para robar! —grita la anciana detrás del metal.

Dice también, bajando la voz, que el pibe de enfrente y sus amigos, que nunca se portan bien, aclara en un respiro, le pegaron un botellazo a Jesùs y lo ataron al poste.

Inicio de espacio publicitario. Juan apoya su mano en la de Pepa y, en el mismo movimiento, lleva su cuerpo hacia el dormitorio. No se miran. Sesenta años de casados, no hacen falta ojos.

Juan regresa con una caja que apoya en la punta la mesa y la abre. El arma es antigua y está impecable. Una escopeta del dieciséis.

—¿Otra vez? —pregunta Pepa.

Juan saca de la caja el arma y un par de gamuzas. Limpia. Le duelen las articulaciones, descansa. Vuelven las noticias. Mil detalles, nada nuevo. Llega la policía a la calle del Vía Crucis y los curiosos se dispersan. Cómplices romanos con látigos y espadas de utilería escapan dejando a Dios en manos de un Poncio Pilato vestido de comisario y sin Prócula. El cronista acumula sudor y relaja las garras. Desde estudios, una periodista de estética pop, lo ningunea hasta próximas violencias.

Pepa levanta los platos de la mesa en un ritual añejo. Renguea. Los deja en la pileta hasta después de la siesta. Juan lleva la caja con el arma hasta el dormitorio.

Es metódico el transitar de los ancianos. El primer desayuno a las siete; café negro sin azúcar y dos tostadas cada uno. Segundo desayuno a las nueve; mates. El almuerzo, la siesta, merienda, otros mates y cena. De fondo, siempre, noticieros.

Pepa y Juan se enteraron por la tele, un domingo, que su hija murió. La mujer regresaba conduciendo, sola, desde Mar del Plata. Divorciada, cincuenta y dos años. Un ladrillo en el parabrisas de su Corsa la descarriló hacia una torre de iluminación. Un robo más. Falleció en la ambulancia.

Los ancianos quedaron encerrados para siempre en el séptimo piso de un edificio pálido. El balcón, las macetas y una gata amnésica son su geografía. Una enfermera de Asistencia Social de la Provincia y el cadete del supermercado chino, sus visitas.

El otoño pasa como un silbido y el invierno tartamudea heladas que velan otros cuerpos, otras muertes.

 

Juan lleva una semana abrazado a la caja de la escopeta. Desde la mesa de la cocina al sillón del living, del balcón a la cama matrimonial; se siente seguro. Limpia, pone los cartuchos y apunta. Descarga el arma y la guarda.

—Estamos en un séptimo piso —dice Pepa mirando la caja.

—¿Y el que se disfraza de hombre araña? —responde con voz perturbada—. Trepa como un mono. ¡Entra por los balcones!

Juan saca el arma por segunda vez en minutos. Pasa la gamuza por el caño, por la culata. La tele habla de feminicidio. Violación y degollamiento de una maestra del barrio. A solo seis cuadras.

Le duele el codo. Lustra de nuevo.

—El domingo hay un especial de casos irresueltos en canal 27 —dice Pepa.

—Vi la propaganda —responde Juan sin mirarla—. Los casos más resonantes de la última década. Ocho horas de programa, sin cortes.

El sábado, Pepa prepara la comida temprano. Juan ayuda. Van y vienen por el departamento. Juan traslada una silla del living para apoyar la escopeta. Pepa prepara ropa de domingo. Por la tarde hacen pochoclos y una pasta frola livianita.

Doce horas.

El lunes, el cadete llama por un portero eléctrico mudo. El viernes, en medio de la nevada más grande del siglo, la asistente social llega hasta el departamento. Golpea. Regresa acompañada de otros funcionarios. Abren.

Pepa y Juan tomados de la mano frente a la pantalla. Hay olor a invierno triste. En la tele, el noticiero anuncia que llegó la primavera. 

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