El hijo de César (reseña)

 

El hijo de César (1972)

AutorJohn Edward Williams

 

Tampoco cambiamos mucho


por Félix López Jurado

 

El hijo de César, la cuarta y última novela de John Edward Williams y ganadora del National Book Award, es otro golpe poético que nos deja Williams. Como un espejo al personaje de Stoner, quien contaba su vida desde la carencia del poder. Acá nos cuenta, mediante epístolas, la vida, ascensión y decadencia de Cayo Octavio Turino, más conocido como César Augusto, sobrino y heredero de Julio César.

La novela se estructura en tres partes: cómo llega Octavio al poder, cómo hace para conservarlo y sus últimas reflexiones, junto con un epílogo que intenta ser esperanzador, pero para el que sabe de Historia es como un chiste cruel.

Más allá de las consideraciones morales sobre la época en la que se basa (tampoco estoy muy seguro de que la personalidad de los personajes, a pesar de estar basada en cartas y documentos históricos, sean tal cual como describe Williams), la novela viene a mostrarnos que no hemos cambiado mucho.

Me explico. Se muestran las famosas rencillas, las luchas políticas, los matrimonios arreglados, gente conspirando en las sombras, gente creyente del destino y gente cínica y gente bondadosa. Pero lo mejor de la novela es que pareciera hablarnos, unos dos mil años antes, de que iba a ser igual en la actualidad, con algunas sofisticaciones, por supuesto. En una parte de la novela Octavio reflexiona sobre cómo su sociedad mira con pavor los sacrificios humanos de antaño, y se da cuenta que, con los juegos sangrientos, las causas abstractas a las que se aboca Roma y otros pueblos, todo forma parte de la brutalidad humana. El esclavo compra su libertad para luego trabajar bajo un amo más cruel. Los que pelean por la paz luego añoran la guerra.

Y así con todo, con un estilo limpio, depurado y contundente, con una sabiduría infinita, con unos personajes melancólicos, tratando de sobrevivir, nunca quieren (la mayoría) jugar con lo que les ha tocado, y los que buscan el poder solo representan una farsa, con la lección de que el poder no vale la pena.

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